En una noche interminable, de oscuro y callado apagón en Lima, de mecheros y velas de finales de los años 80s, una de esas noches esquivas, donde no existía el internet, no en mi casa al menos, donde nadie tenía celular ni ipods, o tablets, ni nada parecido… en una noche de sopita caliente algun calentadito y su café recién pasadito tradición de mi madre, con un riquísimo pan francés caliente y crocante, de mantequilla y a veces mermelada que ya era bastante, en una de esas noches de silencio y de grillos, de radio a pilas de mi querida tía, y de generosos relatos de los mas insólitos, bonitos a veces de miedo y curiosidad, a veces de gloriosos pasados y pueblos encantados, en una de esas noches en que la tarea ya estaba lista, el uniforme planchado, y todo parecía llevarnos a la cama, se elevaba la voz pausada de mama Rosa y sus relatos andinos o los curiosos y mágicos relatos de la tía Carmencita de los Remedios.
Así me lo contaron y así lo recuerdo, los geniales gentiles, los enigmáticos personajes de leyendas andinas, lo curiosos y juguetones gentiles, ¿quienes eran?, ¿por qué existieron?, ¿donde están y que buscaban? habían pues muchas preguntas, pero empecemos por el principio, una noche parecida a la mía, pero de aguacero intenso, frio y de sonidos raros, propios de una casita de madera en el medio del campo, de velas que casi no alumbran, de aullidos pavorosos que vienen de fuera, de lejos… en una de esas noches alguien toco a su puerta… La bisabuelita que estaba de paso en aquel lugar, decidió no abrir la puerta, tenía el encargo en sus alforjas, tenía además un libro Coquito, tradicional de las primeras letras, porque era maestra de escuela y debía cumplir su trabajo todas las semanas y a caballo recorría los mismos senderos, a veces acompañada por el bisabuelito a veces sola.
Tocaron a su puerta muchas veces, pero lejos de perturbarla, le arrullaron los sonidos de la penumbra y soledad, decidió abrigarse con su mágica manta de hilos teñidos naturalmente de un rojo intenso comparable solamente con el rojo carmesí de los atuendos incaicos, le llaman poncho y le cantan y componen las coplas más sentidas, “ponchito rojo color vicuña, ponchito rojo de mis amores…” mágica manta de hilos que al juntarse abrigan el alma y dan fuerza al cuerpo abatido de su dueño. Su poncho la abrigo toda la noche, durmió y soñó con todos aquellos que estuvieron en su puerta, habría sido una serenata, habría sido algún alma errante, no sabe con exactitud, pero escucho los huaynos mas sentidos al son del arpa y violín que le transportaron a otro mundo, debió ser el sonido más triste y lastimero, que broto del corazón. Cantaban como llorando y cada nota dejaban su triste llanto…
“Dos palomitas del monte, miraban al cielo
En sus ojitos buscaban
Su dueño perdido, su dueño ausente
Salte de brazos ajenos, vámonos conmigo
Yo seré tu fiel amante
Hasta que me vaya
Hasta que yo muera”
Encontró así un charango, un arpa, una botella de chicha y dos vasos, encontró flores en su puerta, lleno estaba de flores como alfombra a una reina, alguien pasó y dijo bajito, ¿por qué no había sido invitado a la fiesta? de lejos se escuchó la serenata, sin embargo nunca los vio, nunca supo de donde vinieron y si realmente estuvieron o fue parte del sueño mágico de su ponchito rojo.
Así también relataba la tía Carmencita de los Remedios, las historias mágicas y los sueños que advierten el futuro, los recuerdos de tiempos pasados, de enigmáticos e indescifrables sueños poderosos que mucho nos dicen que mucho nos revelan. Existen pues la miradas cargadas de poderosa energía, existe también los rezos y las bendiciones, las protecciones, los “huairuros”, las cintas rojas, el malagüero canto de lechuza y como solamente la tía Carmencita sabe espantar… Existió así el relato lastimero y muy andino de unos hermanitos que caminaban sin zapatos por los empinados e interminables abismos serranos, caminaban, jugaban y soñaban ser grandes, así les dio la noche y cruzando el rio lloraban, se encomendaron a todos los santos, grande fue la sorpresa que un caminante elegantemente vestido apareció aquella noche y en su brilloso caballo les ayudo a pasar el rio, los abrigo del inclemente aguacero y los cuido como a hijos, llegaron a un pueblo pidiendo posada, cuando cayeron en cuenta, aquel misterioso caballero había desaparecido, se dice que fue un gentil, bueno y generoso que se compadeció de estos pequeños indefensos que en medio de tanta pobreza, un buen día decidieron aventurarse y llegar a Lima.
Mamá Rosa tenía una pequeña escuela en casa, a la cual vinieron siempre a apoyar por temporadas, muchos de mis tíos y tías de Lima y de la sierra andina de Apurímac y Cuzco, hubo también personajes del rico Callao, que nos deleitaban con relatos durante las sobremesas, alguna de esas noches de apagón, donde la risa y el llanto se parecen mucho, donde se descifran no solo los sueños sino también las esperanzas, en alguna de esas tertulias interminables, el tío Marino nos contaba en el lonchesito, los secretos enigmáticos de lecturas elevadas, de trascendentes viajes, de cómo es posible sonar con el mas allá, con el paraíso, con los siete cielos, como es posible entender las verdades ocultas, nos relataba los fantásticos viajes al planeta Ganimedes y la vida mas allá de nuestro parametrado entendimiento.
El tío Lucio, gran personaje y pensador político, analítico y devorador de libros, cuyo manejo de diversos temas y personajes de la vida política y contemporánea de nuestra patria, sus relatos eran casi discursos, lo elevaban y lo emocionaban, había leído pues grandes obras literarias, el Capital, los ensayos de Mariátegui, las tradiciones completas de Palma, sabia de autores extranjeros en su mayoría rusos, sabia además de sus orígenes y debatía con naturalidad sus pensamientos, poseedor de una memoria envidiable, conservaba pequeños cuadernitos de ayuda memoria, los que sacaba al fresco si hubiera duda en algún detalle o fecha de edición. El tío Lucio, cansado de lo engreída y mimada que esta niña era, se propuso enseñarme una lección, planeó una caminata de una ciudad a otra de Chorrillos a Surco y, aunque seguro reclamé con pataleta incluida, tuvimos una larga caminata, creo yo, sirvió para fortalecer el carácter y dureza de las metas cumplidas, constancia y paciencia, templanza y finalmente poner en práctica los temas que solo conocía en libros. Transcendental personaje, de aquellos que pasan por la vida enseñando y dando cátedra sin necesidad de podio ni gran audiencia, sabios casi anónimos que están allí entre nosotros.
En uno de mis tantos viajes a la sierra, conocí un hermoso pequeño paraíso de ciudad, le llaman Vilcabamba, casi escondido en un valle, rodeado de la imponente cordillera. Vilcabamba se viste de flores en primavera, aquellos cerros te reciben con alfombras de flores de los más diversos colores, hermosura andina cuyos habitantes alegres y jaraneros, hospitalarios y dispuestos a contarte las leyendas y mitos de su fabuloso pueblo. Es así que después de disfrutar las riquísimas tunas, fruta originaria por excelencia, después de recorrer aquellos campos hermosos y admirar sus paisajes, alguien me señaló el cerro que imponente se alzaba a un lado del camino, me advirtió que si prestaba atención y dejaba de cantar en el camino, caería en cuenta de la existencia de pequeñas cuevas y estatuas humanoides casi empotradas en el cerro. Allí estaban imperturbables y casi vigilando al pueblo, allí estaban una vez más y para sorpresa mía, los gentiles. Se dicen muchas historias acerca de estas estatuas, nadie realmente sabe con exactitud su procedencia, parecieran que miran al cielo, que guían caminos del aire, solo sé que los vi me quede extasiada, no fue sino hasta que Don Seféro, gran cantor y músico de charango, rompiera el silencio de ese momento, para dar la bienvenida a los recién llegados, vestido de poncho y sombrero, con la amabilidad y sencillez que a la vez impone respeto y bravura con sus cantos. Me hospede así en casa de una familia formidable, Doña Lucila, gran matriarca de un corazón bondadoso, amable y sincero, me relato algunos cuentos de carnavales de cómo las pandillas, grupo de jóvenes, desfilaban por todas las calless cantando y bailando al compas de alegres cantos, ataviados siempre de ponchos rojos, que representan la bravura y encanto de sus corazones. Me relataba la tradición del Patrón Santiago, del respeto y fe que tienen sus habitantes a esta tradición, es la veneración a la memoria de un santo español ataviado de capa y espada montado en un bravío y brioso caballo blanco, lo sacan en procesión y en su honor se realizan corridas de toros, donde solo los bravos y valientes salen al ruedo, presagiando quizás su destino. Con doña Lucila conocí un pueblito aledaño casi escondido en las alturas de aquel valle, recorrido que hicimos en mula, bordeando abismos que parecen de acuarelas, tan reales y empinados que solo por destreza y milagro se pueden esquivar. Al llegar a este caserío llamado Parjo nos esperaba un tío Don Eduardo, personaje de película que había decidido dejarlo todo en la ciudad de Lima para reinventarse en las alturas de Parjo, donde nada parece perturbar la comunión perfecta del hombre con la naturaleza, que además arrebata espacio y se impone por doquier.
Allí comimos papas nativas, quesito hecho en casa y mote, allí al lado de tanta naturaleza viva, de tanta hermosura de paisaje, con el calor de aquellos personajes que te abren el corazón y con la mirada te auguran un nuevo destino, allí entiendes muchas cosas que solo te imaginas con los relatos del maestro Arguedas, pero entiendes que el sonido de un violín en las alturas de Parjo, sin duda, debe sonar a milagro, debe sonar como el canto de ángeles que te cuidan y te acompaña, allí donde el coro natural te estremece el alma, solo puede ser comparado con el huayno serrano, el que emana de las fibras más finas del corazón.
EL MUNDO QUE NO CONOCES
En un mundo que sin duda no conocemos, en el otro sitio que llamamos fantasía y realidad, se acontecen momentos y sensaciones que a veces la memoria registra como un sueño bonito a veces tenebrosos y se instalan en el corazón y la memoria perdida de nuestras vidas. Es así que recordando las inusuales hazañas y las grandes vivencias se desliza el siguiente relato más Nicaragüense que nunca.
Paquito no llegaba ni a los dos años de edad, Paquito la estrella de la familia, el segundo Benjamín, tan robusto y vivaz de aquella amable y esforzada familia de amigos que un buen día decidieron visitar la tierra que los vio nacer. Con orgullo y felicidad absoluta, aterrizaron en la calientísima Managua, a relato de parte cuentan que llegaron “primero en autobús a Puerto Cabezas, luego había que emprender en balsa y luego a caballo un bueno trecho hasta llegar a su pequeño paraíso en la tierra”. En cada lugar hubo una estadía breve, escapando rápidamente de la ciudad y en busca de tanta belleza, aconsejados por el abuelo, esperaron a la luna llena para emprender la travesía. Así quedaron, esperando y contando las estrellas, así calmaban la energía de Paquito y Amandita. Las cosas se complicaban, el rio estaba cargado y no había como cruzarlo, el rio estaba cargado y la madre solo atinaba a rezar, encomendaba el viaje a la bisabuelita recién fallecida, y le pedía que guiara como luz de estrella su camino.
Se dice que para toda historia se necesitan cuatro testigos, en este relato la familia real y la espiritual los acompaño todo el trayecto. El rio seguía creciendo, la luz de luna hizo lo suyo, llegaron tan bendecidos como salieron, en el trayecto saborearon nacatamales y dulce de piña especialmente preparados y encomendados por la abuelita que esperaba ansiosa al otro lado del rio. La madre, amabilísima y de por su ascendencia japonesa, los esperaba y para ellos había preparado, no solo lo mejor, alegría y exquisiteces que no se permitía habitualmente.
Los niños disfrutaron desde el primer día, hubo serenata y bienvenida, gestos y detalles que hinchaban el corazón feliz de los padres orgullosos y jovencísimos. En el día llevaron a sus hijos a jugar al rio, cuidando de no rozar ni de casualidad, las partes rocosas y remolinos endemoniados. El espíritu malo del agua puede encantar y ni el más cauteloso de los visitantes entonces evitaría caer en sus encantos. Lo que nunca estimaron posible fue, que el espíritu malo del agua, aquel que siempre respetaron y temieron, se quedaría tan encantado que emprendió el viaje de regreso junto a ellos. La noche cubrió con su manto oscuro y tenebroso aquella ciudad de pocos habitantes y cuatro recién llegados. La noche oscura y tenebrosa, la noche que canta y encanta con el llanto de los que ya partieron.
No hubo paz esa noche, Paquito no dormía, lloraba y lloraba sin ton ni son, los padres al punto de quiebre, de pronto cayeron en cuenta que se trataba de algo mas sórdido que un llanto simple, era susto, mal de ojo, solo podía ser curado por el tío-chaman el tío que vendría a medianoche y seria requerido por sus conocimientos de cura y rezo, un chaman de curanderismo blanco, que primero diagnosticaba con sus cartas, descartaba alguna enfermedad moderna, y entonces, solo entonces procedía con el acopio de yerbas medicinales, mágicas y curativas, que solo recogía pasada la medianoche alrededor de la casa del enfermo. Hasta entonces no había nada más que hacer, no existiría clínica ni doctor que cure el “mal de ojo” que había entrado en Paquito por intermedio de la bisabuelita recién fallecida. El alma había quedado confundida, aun fresca y errante entre la realidad y umbral de lo desconocido, después incluso de la novena y la limpia de ropa en el rio, costumbre del pueblo, la bisabuelita aun dormía plácidamente en su cama, y fue allí donde conoció a su biznieto, Paquito. Quedaría pues encantada, no dudo en mirarlo fijamente y al primer descuido de la madre, intento llevarse consigo el alma pura de su biznieto. Dios es grande y misterioso en su proceder, hizo que el inconsolable llanto de la criaturita espantara las intensiones de esta alma errante y alertara a toda la familia.
El tío-chaman la vislumbró claramente en sus cartas mágicas, su diagnostico fue preciso y certero, “mal de ojo” “encanto de la bisabuela que confundida clamaba al pequeño”. Lo siguiente aconteció tan rápido, el tío-chamán procedió al acopió de hiervas y menjunjes, no podía esperar al alba, el tiempo era oro, termino su preparado de hiervas y le dio de beber tres sorbos a Paquito, le rezó y aspiró y magnéticamente, mágicamente limpió de toda energía negativa el cuerpo y alma de esta tierna e inocente criatura. El tío-chaman dio instrucciones precisas a los padres, que presurosos partieron con el alba, pensando quizá, pasarían muchas lunas hasta volver a pisar su pequeño paraíso, que esta vez, los dejo ir, no sin antes amarrarse fuertemente en forma de espíritu de ese rio que los arrullo, los limpio y les enseñó a nadar, les enseñó también que nadie puede escapar a sus designios, su destino, que la tierra y el agua que te vio nacer, son energía que llevas contigo para siempre, el espíritu del agua ya lo había decidido y no había forma de hacerle entrar en razón.
LOS LINDEROS SAGRADOS
En 1930 casi nada era igual a nuestros días, todo acontecía muy despacio y sin apuros. La diferencia de clases sociales, el feudalismo y la explotación al indio y al negro era en nuestra Perú de antaño, lo más sangrienta, injusta y de una barbarie sin nombre. Eran tiempos difíciles qué duda cabe, mientras en Lima ya existía el Club de Golf para las elites oligarcas y magnates, dueños del Perú, señores feudales se hacían de haciendas, tierras, ganado, y por supuesto de vidas, almas y toda la descendencia posible de mal llamados indios y mulatos. En San Isidro y la antigua calle Alfonso Ugarte de Lima, se paseaban los primeros automóviles en llegar a estas tierras, paseaban los Jaguars, Mercury y todos pero toditos con choferes y nanas, pulcramente uniformados para deslindar parentescos y marcar distancias.
En ese mismo Perú de inicios de siglo, en la sierra andina de Apurímac, se apoderaban de tierras y vidas los señores hacendados, partían y repartían linderos a gusto y ventaja, llegaron de muy lejos, con capital para invertir hacia adentro, como sucede en las grandes urbes, el individualismo salvaje los llevo a cometer injusticias sin nombre, los llevo a jugar con vidas y sentimientos, el indio y el esclavo solo podían ser comparados con el ganado, se compraba y se vendían al mejor postor. En ese mismo escenario se sucedieron hombres y mujeres de gran coraje, nacidos y dueños por linaje y herencia de esas tierras que ahora ellos mismos trabajaban, para un patrón sin escrúpulos que incluso demarcaba linderos inexistentes, inventando penas punitivas rigurosas a quien tuviera la osadía de pastear ganados por sus linderos. No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista, dice el dicho popular, y cansados de tanto abuso, injusticia, mezquindad y explotación del hombre por el hombre, se levantaron voces y generaciones de valientes, uno de ellos el gran Julio Guevara, mi tatarabuelo tio y bisabuelo tio, dos títulos en línea recta y sin escalas.
Cuenta la leyenda que habiendo estudiado y leído algo más que sus congéneres, con un espíritu de lucha, leguleyo y conocedor de papeles y documentos, se atrevió a cuestionar los linderos que demarcaban su pequeño pueblo, con sed de justicia y heredero sin duda del espíritu Chanka, empezó a indagar seguramente donde no debía, indago y cuestionó, no lo hizo en silencio, hizo público su descontento y parecer, agito a sus parientes y amigos a unirse en pie de lucha por lo que él consideraba el robo del siglo, una injusticia con nombre y apellido, y es así que empezaron largo y sacrificados viajes a caballo, a la ciudad de Abancay, en búsqueda de aquellos títulos de propiedad, de linderos debidamente demarcados, de documentos que probaran la injusticia que allá, donde no llegaba la energía eléctrica, ni el agua potable, allá donde el transporte no era un Jaguar, sino la mula y el caballo, allá donde nadie usaba uniforme de sirviente, porque todos servían al mismo patrón, al mismo señor feudal, por lo tanto todos eran sirvientes.
Don Julio no estaba solo, pues siendo el hermano mayor de Tomasa, Rosaura, Luisa, Esther, Nésto, era el encargado de velar por su madre y hermanas todas solteras y muy guapas, era pues su misión cuidar y protegerlas como un padre, por eso le llamaban Papá Julio.
Dicen que las piedras hablan, pero principalmente lloran, a veces lloran sangre como aquellas que edificaron y cayeron en la construcción del gran Sacsayhuaman. En la andino pueblo de Mamara, departamento de Apurímac se ubica la “Cárcel de Piedra” Caccacarcel, cementerio de hombres vivos, cárcel construida en el virreinato, presidida por miembros de la Inquisición.
Las piedras calientes curan y renuevan el cuerpo fatigado del que las busca y encuentra. Las piedras demarcan hitos, conocí a una dama entrañable, muy querida, que coleccionaba piedritas de mar, pintaba y dibujaba los diseños más alucinantes, allí siempre descansaban en su salita celeste como el mar que tanto le gustaba. Las piedras pueden ser también balas de salva, grandes cacerinas como las que a punta de honda y piedra dieron la victoria en feroces batallas a los bravíos Chankas de Apurímac.
Existe la leyenda de la piedra de “Matará” que se ubica camino a la provincia de Grau en Apurímac, tan lindo y complicado en su geografía, se encuentra en un plano inclinado y en las alturas de clima gélido de la puna. Allá en esas cumbres empinadas, aparece como retando la imaginación y el tiempo, la gélida y hermosa laguna de Lliullita, cual espejo que encanta al visitante, aguas que con solo tocarlas, son capaces de atarte el alma para siempre. En ese pueblo de valientes laceadores de caballos, conocidos con el nombre de “qorilazos” , que además son capaces de robar corazones y generar encantos de una sola laceada, herederos de una singular fisonomía española, tan blancos y de cabellos rubios como el maíz, ojiverdes y altísimos, de espuelas y sombrero al puro estilo western. Allí mismo existe la piedra enorme que se ancla en el abismo como dando la bienvenida y el adiós a sus visitantes. En camino a Abancay, pasando por el lugar de Matara, hubo algo que distrajo al gran Julio Guevara, hubo algo que lo hizo desbarrancar y caer, desapareciendo documentos y registros de linderos y títulos, hubo algo o alguién que lo silencio para siempre, y allí quedo Don Julio Guevara, en la piedra maldita de Matará.
que gran variedad de historias y que orgullosa estoy
Me gustaMe gusta