En tiempos de indulgencias y angelitos

Había un señor que contaba el tiempo, lo contaba con números impresos en unos cartoncitos, los contaba del uno al sesenta, luego bajaba y así repetidas veces, contaba las horas con sus minutos respectivos, sin olvidar los dos puntos entre las cifras, así contaba y contaba, cambiando los numerítos uno tras otro, no se cansaba, no se dormía, no se aburría, lo hacía porque así se lo había propuesto, esa era digamos la misión encomendada y bajo palabra lo cumplía con admirable ahincó, devoción y hasta emoción por cada hora que finalmente cambiaba de cartoncíto.

Así lo vi cambiando las horas que faltaban para terminar alguna Semana Santa, así lo vi también cambiando las horas para que llegue una Navidad, lo he vuelto a ver esta vez cambiando los números colgados en un tableríto, donde señalaba las páginas del cántico en una misa, lo veo y me pregunto ¿qué tan casual son estos encuentros?, será aquel misterioso personaje el angelito de las cuentas, de los números y las horas… ¡Qué personaje tan curioso!, lo observé muy de cerca, me parecía irreal, me parecía de otro tiempo, en impecable atuendo y perfecto orden, allí estaba con todos sus cartoncitos en imperturbable y estricto orden, con una cajita al costado, listo y presto para el cambio de pagina correspondiente.

Pienso que así deben ser los ángeles que sin duda están entre nosotros, nos acompañan por doquier. Allí están sin avisar, sin preámbulo ni fanfarria, a veces aparecen cuando menos lo esperamos, “angelitos de la guarda” que tanto invocamos, que tanto quisiéramos ver y que sin duda sentimos su celestial presencia. Alguna vez, mi valiente madre, emprendió la aventura de llevarnos a conocer los pueblos mágicos de nuestras raíces andinas, es así como este grupo intrépido de cinco mujeres, entre ellas mis tías lindas y dos muy jovencitas Cusi y Raymi, no muy diestras en cuestiones de viajes, a las cuales, un viaje al Club el Bosque, les parecía bastante campestre, con el entusiasmo de la juventud arriesgadas en la búsqueda de sus raíces, pero citadinas ciento por ciento llegaron a un pueblo muy lejano ubicado a más de tres mil metros sobre el nivel del mar, un pueblo mágico del cual tengo intacto el recuerdo, llegamos porque los milagros existen, llegamos sin duda, porque así tenia que suceder, el camino hacia el pueblo mágico era de profundos abismos que rodeaban completamente un cerro hasta la cúspide, además lo hicimos en lo alto de un camión de carga, con una señora que iba sentadíta, la más quieta y tranquila del grupo, parecía parte de alucinante paisaje que se abría ante nuestros atónitos y maravillados ojos citadinos, la señora solo hablaba quechua, con su manta de colores que por momentos y sabiamente le abrazaba y protegía. Al llegar al pueblo mágico que solo existía hasta entonces en los cuentos más insólitos, nos recibió la grandeza, la quietud, y la perfección del paisaje, la inmensa paz del mítico pueblo de ensueños, pero había más, mucho más que nos esperaba, y tal vez estuvo allí en la memoria para ser traído a este relato que llego con algún tiempo de retraso.

Nos encontramos así con una ancianita, toda arrugadita que caminaba ágilmente, no caminaba parecía que levitaba, sus manos trabajaban a la par de sus pasos, hilaba al estilo andino la lana de oveja, con una mano el hilar y con la otra el ovillo, esos dedos trabajaban a mil por hora, y ella seguía su paso tan rápido como el viento, sin embargo sus palabras nos daba la bienvenida, en quechua nos saludaba, nos abrazaba y de pronto su mirada se clavo en los ojos de una de mis tías, y eso sin duda no fue casualidad, la misteriosa ancianita escogió a mi tía, la más morenita, por muchísimas razones, siendo la principal su capacidad de contacto con un mundo mágico y bueno, de angelitos de la guarda y mensajes siempre positivos. En ese momento de contacto, donde sin mediar palabra, que no sería además entendida, pues una hablaba solo quechua y la otra solo español, se miraron, se acercaron y procedió a bendecirla, la misteriosa ancianita nos hizo entender que mi tía era la imagen y retrato de vidas pasadas en ese pueblo, además le obsequió unas flores de retama, y le rezo en quechua. Todo paso muy rápido, nosotras solo atinamos a observar el momento, de pronto en un descuido volteamos y ya no estaba, buscamos a la misteriosa ancianita, había desapreciado en un segundo, toda ella vestida de mil colores, con su manta cargando en la espalda alguna carga mágica, y con su hilar en las manos…

Entonces pasaron las cosas una mas insólita que la otra, el pueblo parecía deshabitado, pero no lo era, todos estaban trabajando o estudiando, pero algo estaban haciendo, apareció de la nada un vecino del pueblo, nos dijo que cuidaba la casa del único familiar directo de mi abuelito, que nos reconocía por el rostro y la mirada , entonces nos invito a su casa, la cual el insistía que era de mi abuelito, que podíamos inmediatamente tomar posesión, que él era hombre honesto y de palabra!…Después de explicarle que esa no era nuestra intención, que pensábamos retornar ese mismo día, nos insistió presentarnos a su familia, conocimos a su esposa con sus cinco hijos y uno cargando en la espalda, nos esperaba risueña y lista con potajes que en ese momento para nosotras fueron exquisiteces, y no salvaron además el día, ya que la única tienda del pueblo había cerrado, entonces empezó el desfile culinario de papita nativa recién sancochada, el queso fresquísimo, su motecito con harta chicha y un poquito de calientito para abrigarse.

Fue la noche más alegre del viaje, llegó entonces el magisterio en pleno que consistía en tres profesores y una profesora, de aquel mágico pueblo, aparecieron así personajes alegres y cantores que aquella noche nos dieron la primera serenata de charangos y quenas, de huaynos y carnavales, de propios y extraños que sin conocernos, nos dieron una hermosa serenata, bailamos y cantamos con una alegría casi de cuento, creo que soñamos despiertas con un pasado que nos esperaba para tal vez instalarse en la memoria y reconocerse en cada una nosotras.

Conocimos la historia de la admirable profesora del pueblo, que a caballo llegaba una vez a la semana, sola y dejando su propia familia, pues ese era su puesto de trabajo, llegaba para ensenar a los niños de inicial, primero, segundo y tercer grado de primaria, a todos en un mismo salón, que además motivaba y alegraba la vida de estos pequeños, un salón decorado con tanta dedicación y cariño que se plasmaba en cada uno de sus niños, inteligentes, despiertos, que alegremente cantaban y mostraban la lección aprendida, la felicidad e inocencia que solo un milagro plasmado en esta profesora que llegaba a caballo, por el cariño y la misión noble de su profesión podía lograr. Ella hablaba y lloraba de emoción cuando relataba su semanal peregrinaje, era sin duda una labor encomiable, esta humilde y valiente profesora se las ingeniaba para que a sus niños no les falte nada o por lo menos no lo sientan así, ella les proveía de su propio peculio de las necesidades básicas de un cuaderno, un lápiz y colores, ella se las arreglaba para recogerlos y llevarles de regreso a sus casas. Esta mujer encomiable lo hacía todo con su sueldo de profesora de provincia ¡tan mínimo e injusto! que resulta difícil imaginar cómo lograba tanto con tan poco, lo hacía con una enorme sonrisa que sin duda le brotaba del corazón.

Llego así el momento de la despedida, había sido un viaje al mágico mundo de los ángeles en la tierra, donde los milagros existen, donde la felicidad la encuentras en los detalles más simples de la vida, no sin antes despedirnos, fuimos entonces a la iglesia del pueblo, donde la hermosa y sagrada imagen de la Virgen Inmaculada nos esperaba para darnos la bendición, con una túnica bordada con hilos dorados, cargando al niño Jesusito o Manuelito como le dicen en la sierra, nos sentimos tan en paz y con tanta energía que ni el mismo camino de regreso que nos esperaba, ni la posible granizada, o cualquier otro presagio nos iba a mellar el momento divino que pasamos allí, nos despedimos no sin antes recibir las bendiciones de todos y cada uno de las personas tan lindas que conocimos, nos despidieron regalándonos una carga llena de motecito para el camino, y nos hicieron prometer que volveríamos y que además nunca los olvidaríamos…

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3 comentarios sobre “En tiempos de indulgencias y angelitos

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  1. Felicitaciones Cusi, y gracias por plamar en estas historias parte de las vivencias que algunas veces vivimos juntas en el trajinar de la vida y que calaron hondo en tu formacion.

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