Los Misterios Dorados

Acuarela de emociones...Despierta!

Alguna vez mi abuelito me contó la leyenda inca de doña Catalina Huanca, quien fuera una de las herederas directas de la dinastía huanca, de los tesoros dorados y magníficos del gran imperio. Era depositaria de los tesoros místicos y sagrados, tanto era su poder y solvencia, que paseaba su bondades y magnificencia de la sierra a la costa, de casas de campo a casonas reales, seguida de un sequito a su servicio, en medio de tanto español opresivo y abusador, se sabía tan poderosa e intocable, que solo escuchaba lo que su corazón le dictaba, no dudaba en servir al más necesitado, a sus hermanos de raza, oprimidos y explotados desde aquel tiempo. Doña Catalina era principal benefactora de las causas justas, incluso de las empresas españolas, de las construcciones grandiosas del virreinato, se dice que las decoraciones mas exquisitas fueron donadas por esta bondadosa dama inca, encargadas directamente de Francia, azulejos que perduran en las iglesias españolas, en las misiones y a todo aquel que se lo pedía con sincera necesidad y agradecimiento.

Sus tesoros eran tan magníficos y abundantes, tan misteriosos como su origen, valor y cuantía, solo algunos miembros de su familia directa fueron testigos de los múltiples y secretos escondites de este dorado tesoro. Poseía esta dama un halo de misterio, tan abrumador y escalofriante a veces, que incluso se dijo estar escondidos en la misma ciudad de los reyes, otros decían haberlos encontrado en la espesura de la selva y luego no vivian para contarlo, desvariaban y fallecían.

Dice la leyenda que estos tesoros se convirtieron en el mítico El Dorado, que nadie nunca vio, ni puede dar fe de su ubicación exacta. Doña Catalina, descendiente inca, perteneciente a las civilizaciones huancas, tan fuerte y dominante, bellísima realeza inca peruana, de cabellos azabaches larguísimos, decorados con finas peinetas de oro, con enormes ojos caramelo que penetraban el alma con solo mirarla, siempre vestida con riquísimas telas de hilos de oro, ajustadas con agujetas incaicas, delicadamente bordadas y jerárquicamente modeladas por esta madona incaica. Doña Catalina nunca se caso, su legado real se lo impedía, sin embargo fue muy querida por miles de súbditos, se dice que fue dueña y señora de pueblos enteros que ahora llevan su nombre, en Lima y en Huancayo, sin embargo en la selva limítrofe del Cuzco con Madre de Dios, en los limites con la selva inhóspita, se habla mucho del Dorado y los tesoros de Catalina Huanca.

Algunos sostienen la existencia de una maldición como protección y custodia de estos tesoros, aquel que llegue a develarlos, o que haga mal uso de la ayuda recibida, pagara muy caro este atrevimiento, no solo aquel sino también su descendencia serán malditos eternamente.

Siendo tan rico nuestro legado inca, que los misticismos, tradiciones y leyendas han pasado por tradición hasta la actualidad y en familias serranas con mayor intensidad y pasión, se revive la tradición oral en quechua, como la sienten, como la aprendieron y como la recuerdan. Así también existió alguna vez un fabuloso relato de misterio de cómo un pueblo salvo de ser sepultado por un milagro, por un hombre bendito y su cruz.

Existe en las alturas andinas un pueblito como tantos otros, pequeño y escondido en la magnífica cordillera, seguramente rodeado de abismos interminables, con la belleza típica serrana, de mantos verdes que la cubren, de cielo tan azul y limpio que pareciera develar el paraíso en la tierra, el alma de sus habitantes, la perfecta pincelada de su hermosura. Allí donde los cerros se extienden hasta alcanzar la aurora, allí mismo floreció alguna vez el fabuloso pueblo de Circa, en el cual vivió un misterioso hombre de fe, tan religioso y creyente, depositario seguro de milagros, mitos y leyendas, que además cuidaba de sus pequeños nietos y nietas, fueron ellos que vivieron para contar y relatar cada una de sus hazañas.

Así pues, un día de alud intenso, la única vez que ese cielo azul perfecto tornase gris y centellante, presagiando quizá alguna desgracia, en medio de la desesperanza este magnífico personaje, salió a la plaza del pueblo, y con una cruz y la biblia se arrodillo implorando clemencia al Divino, y entonces que empezó a rezar y lo hacía con la devoción sincera que transmitió a sus nietos y a toda su descendencia tan larga que llego a tierras tan lejanas como el Canadá. Imploraba pues clemencia, imploraba un milagro, tanta fue su fé que las aguas se desviaron y la tragedia se pudo controlar. Nunca más seria el mismo, entrego el alma, vida y corazón a alabar y seguir al Altísimo, hasta el final de sus días. Allí quedo mudo testigo la preciosa capilla tan pequeña y hermosa como de cuento, una Virgen de la Inmaculada Concepción, finamente ataviada con vestidos dorados, tan perfectos y bonitos que enternece el alma de quien la mira. Yo la he visto y me ha conmovido, entrar en esa iglesia es como remontarse al pasado y revivir la majestuosidad del pueblo de Circa, yo llegue hasta esos lares y al recorder siento en el alma, que nunca me fuí.

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